¿Qué es la felicidad y cómo podemos alcanzarla para vivir una vida más plena? Es una pregunta que los seres humanos nos hemos hecho casi desde siempre. Es obvio que no existe una fórmula mágica para lograrla, ni es algo que signifique lo mismo para todos.
Una nota publicada en Business Insider describía la conceptualización de algunos de los principales filósofos de la historia acerca de la felicidad. Su lectura me animó a buscar definiciones semejantes de otros pensadores y, por qué no, ensayar a partir de esas definiciones una propia.
Sócrates, uno de los más grandes pensadores de la antigüedad, creía que la felicidad no proviene de recompensas y elogios externos, sino del éxito privado, del éxito interno que las personas se conceden a sí mismas. Cuando reducimos nuestras necesidades podemos aprender a apreciar los placeres más simples de la vida.
Confucio defendía el poder del pensamiento positivo, a través del cual la felicidad se reproduce a medida que encontramos más razones para su existencia. El lósofo danés Soren Kierkegaard pensaba que la felicidad viene de disfrutar el momento. Cuando dejamos de convertir nuestras circunstancias en problemas y empezamos a pensar en ellos como experiencias, podemos obtener satisfacción. Bertrand Russell, un fanático de las matemáticas, la ciencia y a lógica, decía que podemos encontrar la felicidad cuando nos rendimos a los sentimientos viscerales del amor.
Más contemporáneo, pero no menos interesante, el escritor hindú Deepak Chopra dice que la primera clave para acceder a la felicidad es cuando llegamos a conocernos desde dentro. Siendo testigos silenciosos de nuestra propia conducta, sin convertirnos en jueces de la misma. Siendo conscientes de nuestras relaciones con los demás, con la naturaleza y con el universo. Uno de mis mentores, Marshall
Goldsmith, lo expresa de manera simple: “sé feliz ahora”. Muchas veces creemos que la felicidad es una meta estática y finita: “voy a ser feliz cuando me compre una casa o cuando me asciendan en el trabajo o cuando conozca al amor de mi vida y forme una familia”. Nos fijamos una meta y creemos erróneamente que al lograr ese objetivo cambiaremos para siempre, seremos felices al fin. Y eso no es así.
Quienes me conocen saben que soy una persona alegre, que trata de disfrutar cada momento como si fuera el último. Pero a lo largo de mi vida he tenido experiencias muy dolorosas, que me llevaron al límite. Tuve que superar la muerte de seres queridos, tuve que recuperarme de algunos desencantos en el ámbito laboral, tuve que asimilar el cierre de una empresa en la que había puesto mucha ilusión y energía. Todas esas experiencias me dejaron un aprendizaje, me acercaron a reconocer mis valores, mis talentos, mi lado positivo. Me llevaron a respetar y aceptar a cada persona con sus creencias, diferencias y virtudes. Me acercaron a mi propósito en la vida. Me condujeron hacia la felicidad.
Entonces creo firmemente que ser feliz es una decisión diaria. Una decisión que al ponerla en práctica nos lleva a reconocer que la vida es lo que cada uno de nosotros quiere que sea.