Por Alfredo Pajés.
Muchos se preguntarán qué tienen que ver las emociones en el mundo empresarial. Desde la experiencia profesional se ha notado que la consideración de las emociones por parte de los líderes de equipos va tomando cada vez más fuerza en las organizaciones porque tienen un alto impacto en la construcción y fortalecimiento del clima organizacional que en definitiva sostiene, acompaña y produce los resultados financieros y no financieros esperados por las compañías.
El mundo empresarial del siglo XX estuvo marcado por un fuerte racionalismo, donde las empresas en general enseñaron que los colaboradores tenían autocontrol, que eran fuertes, no sentimentales. Pero el siglo XXI trajo consigo una nueva mirada, aparecieron los pensamientos y filosofías humanistas adaptadas a las empresas que redefinieron la manera en cómo se gestionan las personas en las organizaciones como estrategia para incrementar la efectividad personal y lograr la eficiencia colectiva. Aparece con más fuerza los principios de la inteligencia emocional. Los expertos en recursos humanos alrededor del mundo comienzan a prestar más atención a las características, reacciones y expectativas de las nuevas generaciones que hoy copan las organizaciones y en ese sentido, nuestro país no es la excepción. Recientemente se publicó un informe donde se reportaba que uno de cada dos paraguayos son millennials o centennials. Un dato relevante para el panorama laboral local.
Los líderes organizacionales no pueden pretender que todos los colaboradores crucen el umbral de la oficina todas las mañanas con la misma energía y compromiso y conectados al 1000% con los objetivos y valores de las organizaciones cuando estos líderes no son capaces de conectarse con los suyos. La consideración de las emociones, lo que piensan y sienten las personas con las que todos los días se trabaja, ayudará a la transformación cultural de las empresas, a incrementar la creatividad y la innovación. Y el reto para los profesionales de Recursos Humanos es conseguir una emoción colectiva que implique la generación de pasión, de generosidad, de confianza y altruismo. En definitiva, de fortalecer su marca empleadora.
Las emociones no son más que los diferentes modos en que respondemos a determinados estímulos todos los días a cada momento. Los colaboradores también sienten miedo, sorpresa, ira, alegría, tristeza. El ser humano en sí es una persona bio-psico-social, indivisible y puede generar respuestas a los diferentes estímulos desde un nivel cognitivo (comprender, reaccionar, razonar), fisiológico o subjetivo (dependiendo de cada persona). Las funciones emocionales básicas que se pueden identificar en las organizaciones son el dolor, la exclusión, el rechazo, la comparación, la replicación, la autosuficiencia o autonomía. En menor o mayor medida pueden aparecer varias de ellas en las personas con las que se trabaja.
Las organizaciones establecen metas cada vez más exigentes y si no hay un buen control y manejo de las emociones; del clima organizacional, el sistema inmunológico interno se debilita y es más probable adquirir una enfermedad física o emocional que finalmente se traduce en los índices de ausentismos, niveles de rotación, conflictos internos, insatisfacción del empleado, metas no logradas, entre otros.
Por eso es importante que los líderes sepan identificar estas emociones y ser capaces de capitalizarlas en forma positiva. Es necesario aclarar que los líderes no son responsables de las emociones de nadie, pero sí son responsables del entorno donde se desarrollan dichas emociones. Y el clima organizacional es una de las responsabilidades del líder, quien puede convertir climas tóxicos en ambientes emocionales positivos y favorables al bienestar. De las acciones que toman los líderes depende la efectividad grupal. Estudios indican que las decisiones de los líderes influyen en más del 50% de lo que sucede en las organizaciones, para bien o para mal.
Por eso se necesitan más líderes emocionales. Aquellos que gestionan el contexto emocional para que las cosas pasen. Aquellos que energizan a sus equipos desde lo positivo y no desde el miedo. Aquellos que motivan, que conectan e impulsan a su gente para el logro particular y colectivo, sin descuidar las metas organizacionales. Solo así se podrán generar más empresas afectivas y efectivas, en definitiva, mejores lugares para trabajar.