Por: Gaby Rojas Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay.
@gabyteasdale
Hace unas semanas, tuve la oportunidad de compartir un delicioso capuchino, en un peculiar y acogedor café de Buenos Aires, con una mujer y profesional extraordinaria que organiza desde hace más de una década eventos para una reconocida firma internacional. Esta amiga me comentaba que la contrataron para organizar una gran conferencia con varios expositores de primer nivel. Pero la empresa que contrató sus servicios en ningún momento la dejó liderar, sino que objetó todas las propuestas de logística, ventas e incluso las experiencias para el cliente que ella propuso. Las reuniones de trabajo que mantuvieron se tornaron intensas, al punto de que nadie se miraba a los ojos y muchos se interrumpían para responder llamadas o mensajes de texto. La empresa que contrató los servicios de Kelly padecía el síndrome de “yo tengo la razón” y “las cosas se hacen como yo digo”, algo definitivamente desterrado en las nuevas teorías de liderazgo. Kelly llegó a soportar maltratos verbales, gritos y amenazas (el famoso cháke paraguayo) y el trabajo maravilloso que pudo haber hecho se transformó en un suplicio por la falta de conexión y la incapacidad de trabajar en equipo. Lo que le ocurrió a esta amiga es un ejemplo de un mal liderazgo. Mientras compartíamos la experiencia pudimos identificar rápidamente tres factores necesarios a la hora de lograr una meta y liderar un equipo:
1. Confianza: La confianza es clave en la construcción de relaciones sólidas. Genera un ambiente en donde todos los participantes conocen sus habilidades y las de los demás, entienden sus roles y aprenden a ayudarse mutuamente. Nada afecta más un trabajo en equipo que el hecho de adoptar una actitud de “líder policía” que conduce al control y verificación constante del trabajo por temor a que algo salga mal.
2. Empoderamiento: Cuando existe confianza, inmediatamente el líder entrega la responsabilidad a cada integrante del equipo, cree en ellos y en su potencial. Les anima a compartir ideas, crear, innovar y trabajar juntos, pero sobre todas las cosas, invierte en el liderazgo de todos, ayudándoles a desarrollarse en su máximo potencial.
3. Empatía: Se logra escuchando activamente, prestando atención al contenido emocional que acompaña la comunicación y poniéndose en el lugar del otro. En un artículo para Forbes, Lisa Bennett señala que “un líder efectivo necesita comprender la perspectiva del otro para saber cuál es su interés y, de esta forma, mostrar cómo su idea o iniciativa también contribuye a ese interés”.
Lograr una verdadera conexión entre todos los integrantes de un equipo siguiendo un objetivo común y reconociendo el rol importante que juega cada uno dentro de la organización no es una tarea fácil para los líderes.
Pero nadie mete goles solo, siempre necesitamos de los demás para alcanzar cualquier meta que nos proponemos. Y nadie es perfecto o nace sabiéndolo todo, de ahí la importancia de mantenernos humildes y con ganas de aprender unos de otros. Pensemos en nuestro liderazgo por un momento: ¿Es bueno? ¿Es malo? ¿Es un constante cháke o somos líderes que día a día tomamos la batuta con la intención de convertir la música en la mejor sintonía entre todas las demás y, de esta manera, marcar la diferencia? Porque al final de la jornada el equipo nos hunde ¡o nos hace ganar!