Por: Gaby Rojas Teasdale
Presidenta de la Fundación Transformación Paraguay.
@gabyteasdale
Hace pocas semanas atrás tuve la oportunidad de visitar Israel, un país que no solo me conectó con mi historia familiar sino también me vinculó de una manera muy profunda con el líder más grande que tuvo la historia. Jerusalén es un lugar que atrae a millones de peregrinos de todas las religiones del mundo. Así ha sido desde hace 35 siglos, por lo que al hacer un resumen de su historia no está de más decir que es un pueblo que no solo ha superado duras pruebas sino que está cargado de misticismo, hallazgos arqueológicos, profundas raíces e interpretaciones bíblicas.
Fueron días muy intensos, repletos de mucha curiosidad, energía, reflexión y preguntas. Cada lugar tenía su característica, su encanto y una hermosa historia que la respaldaba. Pero un momento memorable que voy a atesorar durante toda mi vida fue el recorrido por la Basílica de la Natividad construida sobre la cueva que se conoce como “la Gruta” y considerada el monumento más importante de la ciudad. Ahí tuve la ocasión de acercarme y observar la estrella con la inscripción “Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est” (Aquí, de la Virgen María, nació Cristo Jesús), que marca el lugar donde nació Jesús. Fue un momento muy intenso en el que la emoción me invadió. Sin romper el silencio, continué contemplando ese espacio y al mismo tiempo sintiendo el calor y la intensidad de la luz que irradiaba la vela que sostenía. Y fue ahí cuando afirmé una vez más la grandeza del liderazgo de Jesús, que sin duda alguna, sigue y seguirá siendo un modelo a seguir. Para quienes vivimos, respiramos y enseñamos liderazgo, es un verdadero sueño sentirse espiritualmente tan cerca de alguien que conjuga todas las características que un líder puede tener. Me gustaría profundizar sobre tres de las características que coronaron el liderazgo de Jesús:
La primera es que nació con un propósito: Jesús sabía la razón de su existencia y honró lo que vino a hacer a este mundo. Todos, cada uno de nosotros nace con un propósito y con los talentos necesarios para cumplir con esa misión. El líder tiene que saber por qué hace lo que hace; de lo contrario, no podría ser capaz de guiar a otros.
La segunda es que empoderó a sus discípulos (equipo): Jesús eligió a doce personas y no solo les mostró el camino, sino influenció positivamente en sus vidas y los transformó de manera a que ellos fueran capaces de continuar con su legado. Creyó en ellos y los convirtió en líderes de transformación. Nuestro desafío también es formar a otros líderes, confiando en la capacidad de nuestro equipo y empoderándolos para que lleguen a desarrollar su máximo potencial.
Y la tercera es que fue humilde: Jesús sabía quién era, no necesitaba de títulos y rangos para demostrar su poder. Toda su vida y lo que hizo tuvo como base el valor o ley más importante: “el amor”. Su mayor satisfacción era pasar tiempo con la gente y hacer el bien. El líder, solo cuando es movido por el amor, es capaz de poner a los demás primero, es capaz de dar lo mejor en busca del bien de todos. Promovamos la humildad y seamos ejemplo para otros.
Podríamos decir mucho más sobre las enseñanzas que nos dejó Jesús, pero lo importante es reconocer cómo estamos hoy y seguir mejorando día a día siguiendo su modelo. Que al final de todo nos conozcan y respeten por nuestras obras.
¡Seamos sal y luz siempre!