Marcelo Berenstein
La mejor edad para emprender es aquella en la que nuestro espíritu actúa como un niño, porque de pequeños no conocemos imposibles, asumimos riesgos y nos animamos a todo.
Emprender no es una tarea sencilla, entre otras cosas, porque desde chicos estamos programados para evitar errores y no llevar la cruz del fracaso sobre nuestras espaldas.
Cuando somos niños, nuestros padres, maestros y la mayoría de los adultos que se nos cruzan derraman sobre nosotros una catarata de estímulos negativos impresionante.
Jack Canfield, autor de best sellers como “El Secreto” y “Los Principios del Éxito”, encabezó una investigación que arrojó un resultado lapidario: a diario, un niño recibe 460 estímulos negativos o críticos frente a solo 75 positivos. Es decir, que recibimos un 600% más de veces de “no” que de sí”. ¿Querés más cifras? En un año son 167.900 estímulos negativos anuales y así durante varios años….
Con esta avalancha de negatividad es una consecuencia lógica que lleguemos a adultos llenos de miedos, dudas y aferrados a falsas certidumbres.
Creo que más allá del mercado, de los planes de negocios y las coyunturas económicas, muchos emprendimientos fallan porque sus fundadores han perdido también la capacidad de actuar como un niño.
Sentirse y actuar como un niño en un emprendimiento no significa ser irresponsable, desenfrenado o inocente. Significa, por ejemplo, no dejarse atar por el miedo. También quiere decir autoconfianza y capacidad para actuar. Tener la capacidad de los chicos para visualizar ideas y proyectarlas hacia delante.
Se trata de reconocer que el plan de negocios, más allá de su importancia, es solo una planilla de cálculo, porque un chico no sabe de papeles. Se mueve con intuición, flexibilidad y es pura energía. De sentir que no hay nada imposible y que es cierto aquello de “Creer es crear”.
Cuando somos chicos no conocemos imposibles. De repente, un día comenzamos a reptar y sin que nos demos cuenta, un día estamos erguidos y comenzamos a caminar.
Casi de golpe, pasamos de balbucear y llorar a desarrollar el habla… Y así, vamos desarrollando habilidades, autoconfianza, fortaleza… y también la capacidad de poder recibir nuestros 460 “no” cotidianos.
En la infancia nada nos parecía difícil. Podíamos emprender la defensa del mundo con una frazada sobre los hombros y siendo Superman. Con la tapa de una olla podíamos manejar el auto más veloz. Un par de medias enrolladas era la pelota que usó Maradona en el gol a los ingleses. Sólo era cuestión de tener una idea para que se haga realidad.
¿Cuándo dejamos de ser así? Cuando comenzamos a crecer y convertirnos en adultos y entramos en el reino del “No”: “No puedo”, “No tengo tiempo”, “No tengo dinero”, “No estoy seguro”, “No es nada fácil”, etc.
¿Cuántas veces te pasó enterarte de un negocio exitoso que hizo otro y decir: “¿pensar que se me ocurrió algo igual hace 10 años”?
La única gran diferencia entre el negocio actual y tu idea antigua es que el emprendedor que la llevó adelante actuó más como un niño que vos. Tuvo la idea y actuó, intuyó y accionó. Su fuerza fue más grande que su duda.
Se dice que todos somos diamantes en bruto, que necesitamos pasar por intensos procesos de pulido para brillar con intensidad. Podes tomar las dificultades como una oportunidad para dejar fluir tu luz o como un black out… no depende de nadie más que de vos…
Te dejo este cuento para que veas si estás más cerca de Alfredo o de Marisa:“Alfredo, con el rostro abatido de tristeza se reúne con su amiga Marisa en un bar a tomar un café.
Deprimido, descargó en ella sus angustias…. que el trabajo, que el dinero, que la relación con su pareja, que su vocación…todo parecía estar mal en su vida.
Marisa metió la mano en su cartera, sacó un billete de 50 dólares y le dijo:– Alfredo, ¿quieres este billete?
Alfredo, un poco confundido al principio, inmediatamente le dijo:– Claro Marisa…son 50 dólares, ¿quién no los querría?
Entonces Marisa tomó el billete en uno de sus puños y lo arrugó hasta hacerlo un pequeño bollo. Mostrando la estrujada pelotita verde a Alfredo volvió a preguntarle:– ¿Y ahora igual lo quieres?– Marisa, no sé qué pretendes con esto, pero siguen siendo 50 dólares, claro que los tomaré si me lo entregas.
Entonces Marisa desdobló el arrugado billete, lo tiró al piso y lo restregó con su pie en el suelo, levantándolo luego sucio y marcado.– ¿Lo sigues queriendo?– Mira Marisa, sigo sin entender que pretendes, pero ese es un billete de 50 dólares y mientras no lo rompas conserva su valor…
– Entonces Alfredo, debes saber que, aunque a veces algo no salga como quieres, aunque la vida te arrugue o pisotee, sigues siendo tan valioso como siempre lo hayas sido…lo que debes preguntarte es cuanto vales en realidad y no lo golpeado que puedas estar en un momento determinado.
Alfredo se quedó mirando a Marisa sin decir palabra alguna mientras el impacto del mensaje penetraba profundamente en su cerebro.
Marisa puso el arrugado billete de su lado en la mesa y con una sonrisa cómplice agregó:– Toma, guárdalo para que te recuerdes de esto cuando te sientas mal… ¡pero me debes un billete nuevo de 50 dólares para poder usar con el próximo amigo que lo necesite!"