Narumi Akita se autodefine como una nikkei “mestiza”, es decir, su familia japonesa, tanto de parte de los Akita como de los Yamawaki, es de la Prefectura de Kochi. Es nisei, de segunda generación, hija de papá japonés, pero criada con su familia paraguaya, los Giménez Prette.
Desde los 4 años fue una enamorada de las letras, al punto que a esa edad garabateaba frases tratando de copiar a su hermano o tecleando la vieja máquina de escribir de su abuelo. Ingresó a la facultad porque quería ser periodista de prensa escrita, pero en el último año de la carrera descubrió una rama llamada “Comunicación institucional”… y fue amor a primera vista. Tras años de trabajar en situación de dependencia, en el 2018 dejó su cargo de gerencia y se sumó a otros colegas como Socia Directora a ProyectaRSE, una agencia de comunicación organizacional y responsabilidad social con 10 años de trayectoria.
“Lo que me ha inspirado y movido estos años es generar una comunicación que influencie comportamientos para el bien de la sociedad. Me disgusta ver la comunicación utilizada para la vanagloria o la manipulación, y me apego a la que nace con la intención de inspirar transformaciones positivas”, confiesa.
Narumi tuvo la suerte de poder ver la fusión de culturas y la integración que hubo en su momento entre sus familias, lo que la ayudó a imaginar lo difícil que habría sido para los migrantes pioneros la adaptación y la aceptación. Por eso le sorprendió de grata manera la primera e histórica visita al país por parte del primer ministro japonés Shinzo Abe, quien se reunió con la comunidad nikkei.
“Escucharlo agradecer y estrechar la mano de todos fue un verdadero honor. Destacó esos 100 años de historia y cooperación socioeconómica entre nuestros países y felicitó el esfuerzo de los nikkeis por ser el puente entre Japón y Paraguay”, explicó.
“El grupo de mujeres nikkeis es tan genial, porque se aprende de todas. Son unas damas tan correctas y talentosas. Sé que el grupo cuenta con el apoyo de la Embajada para realizar actividades de integración e intercambio de experiencias, tanto de nikkeis en el país como en el exterior”, expresa Narumi.
Gracias a su crianza bifamiliar puede diferenciar los fascinantes aspectos de ambas culturas, aunque reconoce que no es capaz de identificarse 100% con una u otra nacionalidad. “Me siento un híbrido en el que conviven “dos mundos” bien diferentes, pero a la vez complementarios”, asegura.
Afirma que Japón es mayoritariamente sintoísta o budista, pero en Paraguay gran parte de la población es cristiana; las comidas son diferentes, tanto en ingredientes como en su presentación; el japonés tiende a fijarse y detenerse más en los detalles y se toma su tiempo, mientras que el paraguayo ve el “big picture” y avanza más rápido cuando se trata de procesos; el japonés es mucho más diplomático y respetuoso al momento de expresar su punto de vista, cuando que el paraguayo es más directo y dice lo que piensa. Al ser latino, es más afectuoso y cálido; el japonés, es más reservado y menos demostrativo, aunque es impresionante la amabilidad y la cortesía del japonés en su trato. Algo a destacar en la educación japonesa es la puntualidad, la honestidad, el orden, la limpieza y la disciplina. Es algo de lo cual todos los países pueden aprender.
Como excelsa comunicadora, Narumi tiene un gran poder de observación, luego analiza y transmite esa visión privilegiada que alcanzó merced a vivir un mestizaje cultural único, maravilloso y a veces hasta doloroso, pero siempre positivo, que se resume en esta frase: “Pese a las grandes diferencias en historia, idioma, comida, cultura, política, religión… en nuestras partes más profundas estamos hechos de la misma esencia. Somos seres humanos en contacto con otros seres humanos. Siempre hay un lenguaje universal del corazón que nos permitirá conectarnos”.