Por: Ángelo Palacios
Twitter: @angelopalacios
El actor Woody Allen dijo en cierta ocasión: “Es cierto que el dinero no da la felicidad, pero produce una sensación muy similar”. Esto es muy fuerte y hay que estar en paz con uno mismo y con la familia para evitar caer en esta confusión. Estamos en época de fiestas de fin de año y las calles se llenan en forma impresionante de gente desesperada por comprar. En lo personal, el mejor mes de diciembre que pasé en mi vida fue estando lejos de este desenfreno y desesperación que se siente en cada esquina de Asunción.
Todos las personas y, por ende, la economía mundial se mueven por dos motores que no se ven y que condicionan el comportamiento humano: la necesidad desesperante de ser aceptados en nuestro entorno “aunque suene cursi, la necesidad de ser amados”, y el miedo inconsciente a nuestro propio fin de la forma en que lo conocemos, “aunque también suene poco económico para este artículo, todos tenemos un miedo silencioso y acallado a nuestra muerte”. De ahí las publicidades muy buenas y astutas sobre: “Se vive solo una vez”, “Disfruta ahora, paga después”, “La vida es corta, date el gusto ya”.
Todo el mundo está detrás de comprar afectos con regalos, o autorregalarse algo para compensar carencias afectivas o pensando que después de la muerte todo termina así que “por qué no darme todos los gustos ya”. Estas frases son todas aún más peligrosas si tenemos una tarjeta de crédito abierta o línea de crédito disponible en alguna entidad financiera. Porque, aunque sabemos que no podemos pagar, existe el crédito y con estos motores tan fuertes arriba mencionados uno termina gastando más de lo que tiene. En los cursos que suelo dar sobre finanzas personales siempre bromeo al inicio con un primer slide que dice: “No gastar más de lo que tienes”, y si eso aprendemos, me levanto y aviso que ya terminó el curso, dura solo 3 minutos la charla.
Pero, por más que nuestra razón lo entienda, están ahí esos dos motores ocultos. Esos motores ocultos nos llevan al endeudamiento y a gastar más de lo que tenemos. Pero si uno está en paz, ya sea internamente, espiritualmente, con la familia, con sus afectos más cercanos, todo disminuye. Las compras son un sustituto falso para llenar estas carencias. El amor es la principal necesidad humana y el amor auténtico es gratis y no se puede comprar, como también dice astutamente la publicidad de una tarjeta, mientras que los “sustitutos del amor auténtico” (todo lo demás) sí se pagan y cuestan dinero, y ahí empiezan muchos problemas financieros. Debemos siempre trabajar desde el ámbito que nos toque, en fortalecer las familias y reconectar con nuestro origen primero espiritual, los únicos lugares donde el amor verdadero existe. Retomemos el verdadero espíritu de estas fiestas.