Las experiencias y los eventos no son ni buenos ni malos, son simplemente neutros. Lo bueno, malo, correcto, equivocado, amable, cruel y demás sensaciones o reacciones, son interpretaciones que se hacen del mundo externo.
Para ilustrar esta idea, nada mejor que recurrir a un antiguo relato, que sigue tan vigente y no carece de validez.
En Norteamérica, hace unos cuantos siglos, un viejo guerrero sioux tenía ocho magníficos caballos. Una noche, durante una gran tormenta, estos animales se escaparon. Ante este hecho, los demás guerreros vinieron a reconfortarlo, diciendo: “Qué desafortunado eres. Seguramente estás muy nervioso por haber perdido tus caballos”.
“¿Por qué lo dicen?”, replicó el guerrero. “Porque has perdido toda tu riqueza, ahora ya no tienes nada”, respondieron.
“¿Cómo lo saben?”, refutó el guerrero.
Al día siguiente, los ocho caballos retornaron, trayendo consigo doce nuevos ejemplares. Al ver lo que ocurría, los combatientes regresaron y exclamaron: “¡Qué feliz debes estar!”. “¿Por qué lo dicen?”, contestó el guerrero. “Porque ahora eres el luchador más acaudalado”.
“¿Cómo lo saben?”, preguntó nuevamente.
Al día siguiente, el hijo del guerrero siux se despertó muy temprano para probar al nuevo caballo. El potrillo lo tiró al suelo y el niño se rompió la pierna. Los contendientes volvieron y comentaron lo furioso que debía estar el viejo guerrero por el infortunio del terrible accidente de su hijo.
“¿Cómo lo saben?”, volvió a contestar.
Luego de dos semanas, el jefe “Nube Blanca” anunció que todos los hombres y adolescentes debían alistarse para combatir contra la tribu vecina. Los sioux vencieron, pero a un costo muy alto, muchos de los hombres y adolescentes perecieron en la contienda.
Cuando los vencedores retornaron, fueron a la casa del viejo guerrero y le dijeron que realmente era un hombre afortunado, pues su hijo se había roto la pierna y debido a ello no fue a la guerra, de otro modo, hubiese estado muerto o gravemente herido.
“¿Cómo lo saben?”, replicó el viejo guerrero.